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3.7.12
UNA DERROTA PARCIAL EN CONTRA DE LA VICTORIA FINAL
Por Alberto H. Mottesi
http://www.eldiariocristiano.com/
Mientras subían y subían aquellas empinadas cuestas hacia la cumbre de la montaña, no podían darse cuenta de la belleza que les rodeaba. Grandes potreros de pastos verdes, hermosas vacas lecheras, casitas de campo rodeadas de flores, niños que saltaban y corrían a lo largo de los cercos saludando con sus manos. Simpáticas chicas del campo, con sus delantales blancos y pañuelos en la cabeza, que también saludaban al paso de la caravana…
Pero aquellos competidores no tenían más ojos que aquellos que se fijaban en la cinta negra de asfalto, por la que con corazones latiendo a un ritmo intenso, piernas de acero y mentes totalmente concentradas, competían para que uno sólo de ellos llegara a la meta como el campeón. ¡Era la famosa vuelta ciclística a Francia!
En ella participaba un joven atleta norteamericano, que apenas unos años atrás había sido paciente grave con un cáncer en el estómago. Pero ahora, llevaba puesta la camiseta amarilla que lo declaraba el líder de la competencia. En realidad, él no había ganado todas las carreras, pero había acumulado el tiempo suficiente como para ser el mejor. Cuando la competencia, que duraba varios días terminó, este joven atleta se coronó como el mejor ciclista del mundo. Tuvo batallas muy duras contra el cáncer y contra otros atletas; perdió algunas, pero no perdió la guerra. Eso me hizo recordar una frase de un famoso periodista: “Nunca confundas una derrota sola, con la pérdida total de la guerra”.
Mi amigo lector, tú lo sabes, la vida tiene muchas derrotas, muchos momentos tristes, muchas horas de agonía. Ésas sólo son batallas, son parte de la guerra. Quizá tú, ahora mismo, estarás pasando por un momento difícil, casi agónico y no sabes como salir de él.
Yo conozco a un hombre que te puede ayudar ahora mismo. Él también tuvo terribles batallas. Debió renunciar a Su estatus de rey, tuvo que renunciar a Su inmunidad contra todo tipo de mal, tuvo que hacerse semejante a los seres humanos, tuvo que aprender la obediencia y, un día, aquellos a quienes vino a ayudar lo mataron, y lo mataron crucificándolo en una cruz. ¡Parecía que había perdido la guerra! Pero no fue así. Lo que Su enemigo más terrible no sabía, era que este hombre, Jesús de Nazaret, estaba llevando encima de ÉL toda la carga de nuestros pecados, dolores y enfermedades. ¡ÉL venció contra todo dolor y crisis humana!
Y si hoy le entregas tu vida de manera incondicional, ÉL tomará tu carga, tu dolor y aún la misma culpa de tu pecado y te declarará una persona limpia, sana y sin culpa alguna. ¡Hoy es tu día, ríndete a Jesucristo! Levántate de tu postración y empieza a correr de la mano de Cristo; Él te hará un vencedor, una vencedora.
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